Roberta quiere respirar el aire de montaña. Quiere caminar durante todo el día, atravesando los caminos que van desde la tierra al cielo. O, para decirlo de otra manera, de un modo más sutil, desde el pie hasta la cima de la montaña. Roberta quiere conversar con sus ocasionales compañeros de ruta y, por supuesto, conversar también con el compañero que eligió para todos sus días. Dormir con él. Despertarse con él. Subir, con él, por los peldaños, por los pliegues, y sentir, en el paladar, el sabor de la aventura.
A diferencia de Bertold Brecht, Roberta no piensa que, si consideramos los obstáculos, la distancia más corta entre dos puntos puede ser la línea sinuosa. En su camino de ascenso por la montaña los obstáculos no tienen importancia. O tienen una importancia menor.
Detrás de Roberta está Anahí Flores, la autora de estos relatos de andinistas que nos seducen y nos invitan a leer, de punta a punta, el libro entero, deslizándonos entre los cuentos, sin interrupciones. La prosa de Anahí se caracteriza, entre otras cosas, por generar una sensación de bienestar. Un interesante plan de lectura, que también es, en definitiva, un plan -un proyecto, un desafío- de vida. Entre tanta inestabilidad a la que estamos acostumbrados y esa sensación de asunto provisorio que tiene la realidad, la escritura de Anahí Flores y, en este caso, su alter ego de la montaña, Roberta, nos brinda la posibilidad de conocer un conjunto de personajes felices.